Tres psiquiatras analizaron para Infobae el perfil psicopático del autor del triple crimen de Mendoza
La pregunta que se disparó frente al femicidio múltiple como el que cometió Daniel Zalazar Quiroga en el barrio Trapiche de la ciudad de Mendoza es contundente y no tiene una respuesta única, sino múltiples, como su crimen.
¿Cómo una persona -en apariencia normal- puede esconder un costado tan oscuro y violento que lo lleve a cometer un cruento femicidio e intentar cometer un filicidio (atentar contra la vida de los hijos) ?
Zalazar Quiroga, de 30 años, ayer domingo asesinó con un arma blanca de manera brutal a tres mujeres de su familia: su ex pareja, Claudia Lorena Arias; luego a la tía y a la abuela de la joven. También en la misma escena del crimen hirió gravemente a su hija de 11 meses y a un menor de 11 años; ambos permanecen internados en grave estado.
Como único testigo del múltiple femicidio hay además un tercer niño de 8 años que logró esconderse en el baúl de un auto y pedir ayuda a su abuela paterna por teléfono. Tras perpetrar los crímenes Zalazar dejó las hornallas de gas de la cocina abiertas y una vela encendida, fue a un hospital a curarse la herida en un brazo y a las pocas horas quedó detenido.
Un perfil normal
El perfil del atacante es el de una personal «normal», un profesor de artes marciales de 31 años, oriundo de la provincia de Santa Cruz, que no estaba involucrado en episodios previos de violencia, y que había mantenido una relación corta de noviazgo con Claudia Arias, fruto de la cual nació una niña.
Aparentemente Zalazar sólo tiene en su historial de vida haber protagonizado algunos episodios conflictivos en su infancia a raíz de haber sido víctima de bullying por un problema en el habla. Por esto habría empezado a practicar taekwondo, pasión que además compartía con su ex pareja Claudia.
Pedro Horvat, psiquiatra y especialista en terapia de pareja y familia, analizó para Infobae el perfil del asesino: «Un profesor de artes marciales es probablemente, además de un deportista, una persona que necesita de un ejercicio controlado de la violencia. En este caso, esa actividad construye un «dique» que frena la violencia, pero, en la discusión, el dique se rompe y sus víctimas se transforman en testigos de su propia humillación. Toda su furia narcisista entonces se desata y por eso necesita eliminar a los testigos de su humillación, incluso a la bebé y al niño».
«La necesidad imperiosa de estos sujetos de eliminar a todos los testigos de su humillación muchas veces atenta contra sí mismos. Es por eso que hay un alto porcentaje de femicidas que asesinan como fruto de su derrumbe psicológico y luego se suicidan».
Enrique De Rosa, neurólogo y psiquiatra forense (MN 63406), coincidió con esta mirada y señaló que en este caso no se trata estrictamente de una persona enferma, sino de una estructura de personalidad que suele repetirse en muchos casos. «Son sujetos habitualmente hipercontrolados que tienen un perfil social muy adaptado, de buena aceptación social y que se mueven en una zona de confort donde todos sus mecanismos de defensas y estrategias funcionan hasta que por alguna razón salen de ese sistema en base a alguna frustración», señaló.
Según el especialista estas situaciones «derrumban las barreras que sostienen la violencia reprimida de este tipo de sujetos, y que en parte tenemos todos, pero que en ciertos sujetos tienen mayor tendencia del pasaje al acto, en función de toda una estructura psíquica previa».
Para el médico psiquiatra Walter Ghedin (MN 74794), «este tipo de personalidades podrían encuadrarse dentro de las antisociales o psicópatas y representan un desafío para la ciencia, ya que este tipo de conductas son egosintónicas. Es decir, no sufren por sus conductas -por lo tanto no consultan- y suelen mostrarse como sujetos simpáticos, agradables, hasta que exhiben su verdadero ser, ya sea en forma gradual con comportamientos dañinos o bien con impulsos violentos«.
Los tres especialistas consultados por Infobae coincidieron en que Zalazar no es un enfermo, ni actuó bajo una emoción violenta.
Al respecto Horvat remarcó: «Este hombre no es un psicótico, lo que sucede es que inmediatamente después del crimen construyó una escena y psicopáticamente armó una historia en el hospital. Todo forma parte de su cuadro». De Rosa subrayó que el homicida no es inimputable porque aunque se trata de un sujeto que no puede controlar sus pulsiones, tuvo en claro lo que estaba pasando.
«Estas personas son conscientes de sus actos, por lo tanto pueden programar sus acciones. Aunque el acto criminal suele ser impulsivo, existe algún tipo de control consciente de la situación, por lo cual el sujeto usa el raciocinio y el crimen no puede ser considerado como emoción violenta», sostuvo Ghedin.
Y agregó: «Las personas como Zalazar actúan y aparentan ser sociables y seductores, pero tienen un profundo odio hacia los demás. Los rasgos comienzan en la infancia, son de difícil corrección y comprometen sobre todo a los hombres más que a las mujeres. Estas personalidades tienen un yo débil que no puede dominar la emergencia de los impulsos, quien frente a tentaciones del entorno, reaccionan con comportamientos arrebatados».
A raíz de esta estructura psicológica, es difícil pensar que Zalazar haya premeditado el crimen porque, de ser así, las cosas habrían transcurrido con otra dinámica y otro modus operandi desarrollado en función de dejar un mensaje o de intentar ocultar el crimen. «Si hubiera sido premeditado, lo hubiera organizado de otro modo. Evidentemente esto es resultado de un gran derrumbe del dique que contenía su violencia. Sus impulsos agresivos y su narcisismo se acumularon detrás de ese dique y bastó que algo ponga en cuestionamiento su sistema defensivo para que se derrumbe«, sentenció Horvat.
Los especialistas también coincidieron en que, para las personas con la estructura de personalidad como Zalazar, no se les otorga valor a las consecuencias del arrebato, porque necesitan eliminar los rastros de la humillación.