El temporal que azotó Comodoro Rivadavia contado día a día por un periodista en el ojo de la tormenta.
Miércoles
Nos acostumbramos a levantarnos y ver el pronóstico, casi como una rutina monótona de nuestra cotidianidad. Si hace frío, si hace calor, si hay viento o no y qué tanto puede modificarnos el humor todo aquello. Esta vez los meteorólogos advirtieron intensas lluvias en Comodoro Rivadavia; dijeron entre 100 y 150 milímetros. Desde la municipalidad pidieron quedarse en casa, evitar salir por la ruta y se gestionó la suspensión de clases.
Pero la tormenta llegó un día antes. Pasadas las 18:00 hs del miércoles del 29 de marzo, el cielo se cerró en un gris plomizo y denso y del cielo cayó una lluvia que nadie hubiera imaginado.
A muchos los agarró en la calle, volviendo de su trabajo, yendo a buscar a los chicos que todavía estaban en la escuela. Los autos se hacinaban en la ruta, algunos intentaban pasar por las banquinas y formaban un embotellamiento, pero no había visibilidad: la ruta desaparecía cubierta por el agua que se entremezclaba con el mar.
Sobre avenida Irigoyen, muy cerca del complejo las Torres, una camioneta venía contramano a los bocinazos y haciendo luces pidiendo que den la vuelta porque el agua se estaba llevando los autos. Las precipitaciones habían comenzado hacía apenas una hora.
Rápidamente nos fuimos enterando de lo que pasaba en otros puntos de la ciudad. Los videos de calles convertidos en ríos caudalosos se multiplicaban por redes sociales, pero era difícil distinguir aquellos lugares que hasta hace unos días no parecían tan familiares: ahora todo aquello era agua y caos. El que no estaba en la calle miraba aterrado rogando que no se termine pronto la batería de su celular porque la luz se había cortado y no se sabía bien cuándo podía llegar a volver.
Para muchos, todavía no volvió.
Los operativos de seguridad tuvieron que actuar precipitadamente, los llamados en Defensa Civil se multiplicaban por miles y en las radios los pedidos de asistencia eran desesperantes. Las autoridades recordaban una y otra vez no salir de sus casas salvo que corriera peligro su vivienda y su vida.
La noche del miércoles fue eterna. La lluvia no cesaba y los reportes de evacuados eran incontables. Minuto a minuto se abrían escuelas, vecinales, gimnasios. Cualquier lugar era válido para refugiar vecinos que habían dejado bajo el agua sus pertenencias, obligados a abandonar sus pocas o muchas cosas.
Jueves
Los noticieros despertaban al país con imágenes espeluznantes que jamás creímos tener la capacidad de vivir. Vehículos que eran arrastrados como barquitos de papel por un río que encontró su cauce en la calle Fray Luis Beltrán del Km3 y desembocó en el pluvial de Avenida Quintana que era tapado totalmente por una camioneta roja que quedó clavada en la boca del mismo.
Habían pasado pocas horas de esas imágenes y la lluvia persistía. Para el jueves el agua había bajado y la Ruta Nacional 3 a la altura de ese pluvial era un regadero de basura, barro, partes de autos y agua que aun corría.
En el barrio Juan XXIII solo se veían los techos de los autos, y muchos vecinos desde los techos de las casas pedían alguna forma de auxilio. El canal evacuador de la Avenida Roca fue incontenible y lo único que lo distinguía de la calle eran los pilares de seguridad que demarcan la zona para evitar accidentes.
El conteo de precipitaciones ya sumaba 243 milímetros en apenas 36 horas, unas tres veces más del histórico anterior que rozaba apenas los 78 milímetros. Horas angustiantes sin información oficial hacían pensar lo peor de la tormenta. Los evacuados sumaban sus primeros mil en casi 30 centros de evacuación que se había diseminado por toda la ciudad. La luz del viernes llegaba esperanzadora, sin lluvias y esa ilusoria sensación de “ya pasó”.
Viernes
El sol descubría los calamitosos efectos del temporal que en pocas horas había arrasado con más de la mitad de la Capital Nacional del Petróleo. Gente que no podía volver a sus casas desde el miércoles porque la lluvia los había dejado “atrapados” en sus trabajos, pedidos que se replicaban en las radios. Los cronistas de todos los medios con la voz apagada por la angustia y las largas horas de trabajo relataban a quienes estaban de una a otra punta de la ciudad el estado de las calles.
“Llovieron un total de 287,5 mm” repetíamos los periodistas mientras pensábamos que aquel número frío tenía detrás un tendal de historias llenas de dolor. El barro cubría la avenida Roca y los relatos de los vecinos se multiplicaban. “El barro nos trabó la puerta y no podemos salir, el canal evacuador está colapsado y las aguas de las cloacas se devolvieron a los patios ¡Hay niños acá adentro!” gritaba una vecina.
Nunca pensamos que el cuadro podría empeorar.
Sábado
El sábado había perdido su identidad, la lluvia nos había desorientado y el tiempo parecía imperceptible pero de una manera poco agradable. Los días no tienen nombre ni extensión cuando se está en medio de una catástrofe.
Catástrofe. En esos términos se refirió el intendente Carlos Linares ese mismo día entre los cientos de miles de llamados que recibió de medios de la ciudad y del país. Quizás en ese momento entendimos que no era una tormenta, no era solamente un temporal. “La ciudad va a tener que ser refundada” repetía Linares a los distintos periodistas que lo consultaban.
La rutina de los pronósticos se terminaba de configurar con los partes diarios de la Sociedad Cooperativa Popular Limitada que informaba barrio por barrio y sector por sector el estado de los servicios de luz, agua y cloaca dos veces al día.
¿Hay clases? ¿Hay colectivos? ¿Hay comercios? ¿Hay supermercados? Las preguntas inundaban a las redes sociales en un acto reflejo por querer retomar la vida cotidiana. Los locales ya aprendíamos de memoria los listados de las cosas necesarias por si había chance de hablar con algún medio nacional. “Agua, leche, pañales para bebés y adultos, elementos de limpieza e higiene personal” decíamos casi sin pensar.
El Municipio de Comodoro Rivadavia pidió que las donaciones se centralizaran en el Predio Ferial. El procedimiento era quizás simple: las cosas llegaban al lugar, ahí se clasificaba la ropa, se ordenaban los alimentos y los vecinalistas llegaban con el listado de requerimientos a retirar los insumos.
La mecánica resultó poco efectiva, muchos vecinalistas no cumplían con su rol, como el caso del Barrio Pietrobelli que decidió cerrar la sede que terminaron tomando los vecinos por la fuerza para recibir y atender a los evacuados. En otros, las vecinales no tenían un lugar físico para atender a las personas, así que éstas se trasladaban personalmente al predio en zona norte y se llevaban una negativa de parte de los burocráticos funcionarios.
Llegaba el 2 de abril y con mucho tino las actividades por la conmemoración de la guerra de Malvinas habían sido suspendidas. En los distintos barrios las escuelas habían abierto sus cocinas para preparar viandas para los evacuados y pedían a diario elementos para cocinar.
Desde barrios como Laprida o Juan XXIII se quejaban porque la ayuda oficial no llegaba. “En Calle Carrero Patagónico, Manuela Pedraza, Kennedy; piden máquinas para sacar barro urgente”. El mensaje haría eco día tras día durante la semana sin tener respuesta suficiente.
Domingo
Había salido el sol y nos dábamos permiso de desbaratar cadenas apócrifas de Whastsapp, que hablaban desde cientos de muertos escondidos en algún lado hasta pronósticos de huracanes que terminarían con todo registro de vida en la ciudad.
Lunes
Intentó ser normal. En los diarios se reflejaba la bajeza de nuestra clase política, que buscaba ir atrás de la foto con votas embarradas, abrazando gente, publicándolo en el Twitter.
Al mismo tiempo, festejábamos la salida de los camiones con donativos de distintos puntos del país y hasta nos dimos el lujo de bromear y opinar sobre la salida de Lousteau de la Embajada de los Estados Unidos. Miramos a Santa Cruz con su crisis política, y empezamos a buscar a Micaela que había desaparecido en Gualeguay.
Martes
El pronóstico anticipaba una máxima de 19º, cielo algo nublado, viento regular a fuerte del oeste con ráfagas. Poco cambio de la temperatura. Las variables informativas ya tocaban temas como qué tipo de acciones tomar en casos de catástrofe, los posibles brontes epidemiológicos, como hacer que el agua sea “segura” con pastillas de cloro o hirviéndola y el anuncio de la llegada del Ministro del Interior Rogelio Frigerio.
Para las 19 horas de ese martes ya teníamos la foto de Frigerio arriba de un helicóptero junto a Mario Das Neves y Carlos Linares y una conferencia de prensa en marcha donde abundaban las palabras pero nada concreto ni tangible.
Jueves
En nuestra agenda prevista, aquel 6 de abril era el gran paro general de la CGT a nivel nacional, pero no nos habíamos dado cuenta. La tormenta había arrastrado también nuestras vidas, nuestras rutinas. Los bancarios iban a salir con palas, la legislatura, los docentes. Todos querían estar en la calle, o por lo menos eso expresaban.
Había pasado una semana de esa calamitosa primera tormenta y todavía cualquier alerta de lluvia nos dejaba sin aliento.
Nuevamente había alerta de tormenta. La noche prometía ser extensa y cumplió las expectativas de todos. En pocas horas las calles volvieron a tener niveles de agua alarmantes. Los evacuados se multiplicaban por cientos y volvieron a superar la barrera de los mil de los muchos que se habían animado a volver a sus casas. El efecto del barro en el Juan XXIII fue devastador.
En el lugar se habían acumulado 20.000 metros cúbicos de barro según relató el intendente en algún momento. Humanamente fue imposible retirarlo en los pocos días de tregua que dio el clima y con las nuevas lluvias el pantano que se formó fue catastrófico.
Las familias se subían a los techos y esperaban ser evacuados por los rescatistas. Muchos no pudieron llegar porque hasta las 4×4 con las que contaban se enterraban en el barro y les impedían seguir trabajando.
En una confusa y extensa noche, el viernes ya estaba entre nosotros. Los evacuados ya se contaban por miles y había aparecido la única persona fallecida que se cobró el temporal, un hombre de 44 años al que la lluvia lo agarró repartiendo agua para los damnificados. El cruel final lo encontró en el fondo de una zanja donde la policía tuvo que llegar a pie porque no había forma de ingresar con vehículo alguno.
Viernes
Los mapas colaborativos que alertaban y graficaban pedidos de auxilio se vieron desbordados.
Los camiones oruga del ejército fueron los únicos capaces de entrar en la zona del Juan XXIII, que fue totalmente evacuada. Las casas arrastradas totalmente por el agua en la zona del barrio Don Bosco, o las que quedaron al borde de una suerte de precipicio espontáneo que dejó el cauce del agua en el Cordón Forestal podían graficar la situación que nuevamente sacudía a la capital del oro negro.
Sábado
El sábado amaneció nublado, con pocas precipitaciones que se fueron dispersando a lo largo del día. La buena noticia: las alertas habían cesado en toda la región. Una llovizna leve nos espera en un par de días, pero nada comparado con lo vivido hasta el momento.
Los accesos a la ciudad permanecían cortados pero ya dejó del llover. La ruta nacional 3 se desmoronó literalmente a la altura de Garayalde donde la imagen de un camión dentro del rio recorrió todos los medios de la región y el país. No había forma de llegar por tierra a Comodoro Rivadavia.
La ayuda comprometida por parte de la Nación tuvo que ser cargada en un Hércules y trasladada por avión hasta Comodoro para garantizar que llegara. Falta agua todavía en Comodoro Rivadavia, en algunos casos desde hace diez días.
El barro acumulado sigue siendo interminable. En la Avenida Kennedy supera el metro y medio, y las máquinas abren canales que filtra el agua y complican la circulación. En el medio, los vecinos trabajan con palas.
El cuadro es hasta irrisorio ¿Qué palean? ¿para dónde? ¡Si todo es barro por todos lados! Nos señalaron un edificio de en frente donde había una familia atrapada. La única forma de recibir cosas era por medio del balcón.
“Perdí todo. Yo tengo un local ahí en frente, no llegamos a salir. El barro se quiso meter y cerramos la puerta y ahora no podemos salir” nos dijo desde un primer piso que no parecía tan alto. A la vuelta el cuadro que se vio a diario en los últimos días: vecinos con palas, recorriendo las calles, ayudando, colaborando. Poniéndole el hombro a la ciudad que de una u otra forma los acobijaba.
Lunes
Doce días pasaron. El barro sigue presente y va a seguir presente durante varios meses. Micaela apareció sin vida y los Comodorenses apenas pudimos tomarnos un momento para reclamar justicia por su vida en las redes. Los que pudimos. Pasaron doce días del comienzo de la historia más triste que pudo contarse en la historia de la ciudad más importante de la Patagonia. De la capital del petróleo, de la cuenca del Golfo San Jorge. Doce días marcados a agua y barro en el alma de cientos de miles de comodorenses, que no se va a terminar de secar nunca más.
Fuente: BIG SUR- Nota: Pablo Riffo