Gabriel vivía en Bandera, una pequeña ciudad de Santiago del Estero. Solo le había contado a su hermana de 14 años que en la escuela sufría burlas
En Bandera, una pequeña ciudad de Santiago del Estero, hay solo dos casas velatorias. Edgardo, el dueño de una de ellas, está preocupado: «Acá está pasando algo raro con los chicos jóvenes», dice a Infobae. Se refiere a que el suicidio de Gabriel F., el lunes, se convirtió en uno de los cinco suicidios de niños y adolescentes que conmocionaron a los habitantes en los últimos años.
La madre de Gabriel fue madre en la adolescencia. Lo tuvo a los 20 años, cuando ya tenía otros dos hijos. El chico, que iba a séptimo grado, vivía en una casa de material –está a medio hacer, todavía sin agua corriente– junto a su mamá, sus tres hermanos y su abuela materna. No tenía relación con su papá.
En el último tiempo, un combo de factores se habían cruzado en su vida. Hacía tres meses que su mamá le había sacado el celular, después de que las maestras se quejaran porque los alumnos no prestaban atención en clase. Además, había muerto una perrita a la que él quería mucho. Tanto, que después de enterrarla en su casa, Gabriel le escribió una carta.
«Además, su hermana contó que estaba triste porque en el colegio le decían gordo», detalló a Infobae Andrea Darwich, la fiscal a cargo de la investigación. Si Gabriel estaba sufriendo bullying, su hermana de 14 años era la única que lo sabía. Ella trató de tranquilizarlo: le dijo que se quedara tranquilo, que no les hiciera caso. Ni la madre ni las maestras supieron que eso estaba pasando. Pero un dato abre una incógnita: la semana próxima, los alumnos de su grado iban a Carlos Paz de viaje de egresados. Gabriel estaba anotado en la lista pero había dicho que no iba a ir.
El lunes, fue a la escuela por la mañana, regresó al mediodía y volvió a la escuela a acompañar a su hermana. «Ella lo notó raro, él se despidió y le dijo que la quería mucho, que se cuidara. No entendió por qué, no era un niño demostrativo», ahondó la fiscal. Llegó a su casa a la hora de la siesta, cuando su madre y su abuela –con la que tenía una relación muy cercana– estaban acostadas en el comedor, en la única parte de la casa en la que hay aire acondicionado. El niño se encerró en la habitación de su hermana y se disparó con el arma que su padrastro usaba para cazar.
«El bullying es un precipitador del suicidio. Suele pasar en niños que tienen una primera infancia complicada, sufren abandono, falta de sostén y de recursos y tienen una estructura psíquica determinada –explica María Zysman, psicopedagoga y directora de Libres de Bullying–. «Es un precipitador como pueden ser otros: la muerte de alguien querido, una pérdida, algo traumático. Y en los pueblos chicos, el bullying suele tener una característica: en cualquier barrio, pasa algo así y tenés la opción de cambiar de escuela; en los pueblos los chicos no pueden evitar el contacto porque se conocen todos».
Según un informe de la Organización Mundial de la Salud publicado este año, la Argentina es uno de los países de la región con mayor tasa de suicidios. En 2015, de acuerdo a los últimos datos publicados por el Ministerio de Salud, se registraron 438 casos de suicidio de niños y adolescentes de entre 10 y 19 años (3 de cada 4, varones). Según datos de Unicef, la tasa de mortalidad de adolescentes por suicidio en nuestro país casi se triplicó en los últimos 25 años.
«No hay semana en que no recibamos la noticia trágica de la muerte de un niño o un joven por el acoso escolar o bullying. Cada una de esas muertes nos quita algo de vida también porque no podemos explicarnos cómo se llegó al desenlace final sin que alguien haya podido evitarlo», expresó el abogado Javier Miglino, titular de la Ong Bullying sin fronteras, que difundió el caso.
La fiscal, cierra: «Hemos notado que muchos adolescentes han tomado esta decisión en esta ciudad. Ya se ha dado aviso a la Secretaría de Niñez de la provincia de Santiago del Estero para que estudie qué está pasando». Se refiere, entre otros casos, al de una chica de 14 años que se suicidó hace 3 años después de volver de un cumpleaños, o al joven de 18 que hizo lo mismo en su casa, en esta misma ciudad, hace solo 4 meses.
Fuente: Infobae