Es domingo y Boca acaba de ganarle a Lanús por la Superliga. Camila ya celebró la victoria junto a una de sus cuatro hermanas en una estación de servicio de la localidad de Guerrico, donde vive. Lo que no sabe es que aún le quedan vivir más emociones en el cierre de un fin de semana cualquiera de febrero.

«Hola Camila, queremos invitarte a vos y a tus papás a ver el próximo partido de Boca en la Bombonera», dicen del otro lado del teléfono. Y a ella le corre un escalofrío por la espalda y se le llena el cuerpo de adrenalina. Esa noche se le cerró el estómago y no pudo comer. Y a la madrugada le costó pegar un ojo.

Camila Torre, de 16 años, sufre el Síndrome de Treacher Collins, una patología genética caracterizada por malformaciones craneofaciales en la que no se desarrollan algunos huesos y tejidos del rostro.

Este singular padecimiento está considerado entre las «enfermedades raras» por tratarse de algo poco frecuente. En Argentina 1 de cada 13 individuos padece alguno igual o similar y cada 29 de febrero (cuando el calendario no lo permite, un 28 como hoy) se lleva a cabo mundialmente una campaña de concientización.

Poco más de 250 kilómetros separan a su casa de la Bombonera. Y por segunda vez en su vida, Camila se dará el gusto de pisarla. «Ella hace de un partido de Boca todo un folclore alrededor. Se abraza a sus camisetas y banderas, grita, llora o protesta con una pasión impresionante. Lo lleva en la sangre», cuenta Marcela, su mamá, que la acompañó a Capital Federal junto a su papá, Adrián.

A ella, instalada en la platea baja del estadio junto a sus padres, la sonrisa no se le quita en ningún momento. La única vez que había ido al Templo fue en 2016, con una hermana, su cuñado y el padre de él. Le confiesa a Infobae: «Esto es impresionante. Entrar a la Bombonera es una cosa de locos. Vine todo el viaje con el corazón latiendo a mil. Recorrí la cancha y conocí gente, todo muy lindo». Desde la dirigencia boquense le obsequiaron una camiseta con la 10 y su nombre que luce a gusto y se sumará a la colección, como la de su cumpleaños de 15, firmada por el plantel.

La gran mayoría es de Boca en el vecindario de Guerrico, localidad del partido de Pergamino donde vive. Pero esta sensación de vibrar y unirse a los cánticos de la hinchada en vivo es muy distinta.

El gran responsable de este fanatismo es su abuelo, que falleció en 2014. «En mi casa, cero fútbol. Mi abuelo era el único y el que me hizo de Boca. Se lo contagió a mi abuela y desde que se fue él, con ella no nos perdemos ningún partido», cuenta Camila. Y hasta admite que la nona es la única que le da ciertos permitidos para descargarse con algún reclamo contra el árbitro o algún rival: «Veo los partidos sola o con mi abuela porque a veces digo cosas que no tengo que decir, ja».

Cami junto a su mamá Marcela y su papá Adrián en la Bombonera

Ella era chica cuando el Boca liderado futbolísticamente por Juan Román Riquelme alzó la última Libertadores en 2007. Pero tiene un recuerdo grabado con claridad: «Me acuerdo de mi abuelo festejando arriba del Falcon que tenía. Ojalá este año se nos vuelva a dar. El deseo está a flor de piel aunque el legado de su abuelo trascenderá los éxitos deportivos.

El síndrome que padece desde pequeña no le impide llevar una vida plena y normal. Muestra soltura y madurez pese a ser solamente una adolescente cuando se refiere al tema: «He hablado con gente que tiene lo mismo y sufre discriminación y algunas complicaciones en su vida. Yo realmente nunca tuve problemas de ese tipo con nadie. Ni me lo hacen notar».

Darío Benedetto, por su calidad como jugador y fanatismo por el club, es su preferido en la actualidad. El Club Viajantes de Pergamino es testigo de las gambetas de Camila, que despunta su vicio por el fútbol también mostró sus dotes como jugadora de hockey sobre patines.

«De muy chiquita me gusta el fútbol y nadie me dijo que jugara. Lo llevo adentro. Mi cuñado me regalaba pelotas cuando era chica y los chicos del barrio me invitaban a jugar. Hoy disfruto día a día jugar en el club», relata. La popularización del fútbol femenino la invita a soñar con ser algún día profesional. El anhelo, después de pisar otra vez la Bombonera, se transformó: «Jugar un día acá es lo mejor que me podría pasar».

Fuente:Infobae