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EL BUEN AMOR

 

¿Quién no ha sufrido alguna vez por amor?  Días y noches de llanto, de melancolía, de cuestionamientos interminables, de impotencia. Culpamos al destino, a la suerte, al karma, a personas concretas… Nos responsabilizamos por todas las cosas que salen mal en nuestra vida y nos sentimos miserables, o depositamos toda la culpa en el afuera y nos perdemos la oportunidad de volver a empezar con el capital de nuestros aprendizajes. Buscamos a ciegas eternamente ideales o nos embanderamos con la insignia de quienes, dicen, jamás volverán a creer en el amor.

 

Si el amor es el objeto de tu sufrimiento,

¿no deberías preguntarte qué es verdaderamente? ¿De dónde viene? ¿Es posible?

La pregunta es el puntapié inicial para sanar cualquier conflicto. La duda, que tanto evitamos y despreciamos, es el mejor motor para tu evolución. La búsqueda, el viaje de exploración, es el mejor camino para alcanzar tus metas. El problema del amor no es la excepción.

Hijos de las definiciones, recurrimos a construcciones tranquilizadoras y generalizadas. Muchos están dispuestos a decirnos qué es y qué no es el amor. Vas a encontrar respuestas que van a ayudarte. Otras, serán simplemente proyecciones de experiencias ajenas infelices o inconscientes. Y no faltarán las visiones estereotipadas que encontramos en el cine, en la literatura, en la música, en los relatos de la vida cotidiana. Los estereotipos no son malos per se; simplemente son, están. Lo malo es querer amoldar tu vida a ellos.

Lo triste es que dejes transcurrir tu paso por este mundo sin plantear tus propios interrogantes, sin cuestionar las respuestas que se te ofrecen, sin construir lo que se necesita para hacer una felicidad a tu medida.

Una definición, de tantas, dice que el amor “es un sentimiento de vivo afecto e inclinación hacia una persona o cosa a la que se le desea todo lo bueno”. ¿Hermosa visión, verdad? Olvida, quizás, que, en tanto seres y humanos, somos fluctuantes, complejos, y que la idea del bien es relativa.

Sin embargo, no todo está perdido. Relativizar los puntos de vista sin el adecuado discernimiento implica el peligro de caer en una puesta en abismo que, lejos de solucionar nuestros problemas, los fundamenta. Debemos elegir un piso de creencias que nos sustente, que nos dé el apoyo para elevarnos, para construir y reconstruir cuanto necesitemos. Mientras sea un terreno elegido a consciencia y seleccionemos creencias fuera de cualquier tendencia naturalizadora y homogeneizadora, tendremos una buena base.

Hay muchas caracterizaciones de lo que se llama “Buen Amor”. Podríamos decir que el buen amor es el que repara, el que da sentido a la vida, el que permite florecer, el que nos lleva a realizarnos en construcciones conjuntas. Para acceder al buen amor debemos entender, en principio, que este sentimiento no debe restringirse a una pareja. Podemos y debemos construir amor en relación con todo lo que nos rodea. Y el primer ladrillo fundacional debe ser el del amor propio.

¿Si no se conoce el amor por propia experiencia, cómo hallarlo afuera?

Nadie encuentra lo que no conoce porque no puede verlo.

Debemos entender también que una relación de amor no es un premio al buen comportamiento. Solemos ir por la vida pensando infantilmente que, si somos buenos, no debemos tener ningún problema. Creemos que debemos conseguir  –  lo que implica buscar – una buena pareja. Pero el amor debe ser una construcción plena de sentido y trascendencia. Nos encontramos – y nos muestran deliberadamente – parejas que parecen perfectas. Mas, cuando vemos realmente, en lugar de tomar como referencia “productos premoldeados”, advertimos que esas relaciones no tienen que ver con el amor. Si, en vez de creer en amores ideales y de envidiar a quienes aparentemente tienen un amor perfecto, pudiéramos observar más allá de la superficie, entenderíamos que no todo es lo que parece y que no tenemos que buscar recetas para el amor, ni guiarnos por modelos ajenos.

Para vivir un buen amor, tenemos que darnos cuenta de que muchas ideas que tomamos como verdades universales son, más bien, estructuras culturales. Muchas de esas creencias nos hacen confundir ilusiones con realidades y nos llevan a entregarnos a la idea de que si respetamos ciertos mandatos  seremos premiados con un final feliz.

La verdad es que en el amor, como en otros ámbitos, la clave pasa por ser consecuentes con la forma de vivir que deseamos y que nos hace sentir en plenitud, con los valores y actitudes que sostienen y dan sentido a nuestra existencia.  En el caso del amor de pareja, tenemos que confiar en que el encuentro amoroso verdadero, con alguien real y no ilusorio, es posible y será punto de llegada en este camino existencial, antes que un punto de partida. Será también, en su momento, el fruto de la atención a todas las condiciones que el buen amor pide y a lo que realmente somos.

Ansiamos, por naturaleza, encontrarnos con el otro, sobre todo con ese otro especial que sentimos que nos completa. Allí radica el principal problema: sentirnos incompletos. El camino del amor tiene muchos baches, pero lo más importante es saber que nadie tiene el poder de hacernos infelices ni tampoco de hacernos felices, porque la felicidad es un estado interior que no depende más que del grado de armonía de cada uno. Disfrutaremos de un buen amor si, en el marco de nuestros vínculos, somos exactamente como somos y dejamos que el otro sea exactamente como es. Tenemos que aprender que en el universo de las relaciones no hay buenos y malos, culpables e inocentes, justos y pecadores. Lo que hay son buenos y malos encuentros: relaciones que nos enriquecen y otras que nos empobrecen.  ¿No hay duda sobre qué tipos de relaciones deberías elegir y alimentar, no?

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