Nacemos sin pedirlo, sin permiso, sin saber.
Nacemos bajo el mismo cielo, con nueve lunas, la misma luna. En cualquier lugar del mismo planeta azul.
Nacemos inocentes, sin notar nada del otro, solo es otro.
Jugamos primero solos; luego, de a poco, jugamos con otros pero sólo cuando podemos, habitualmente después de los primeros años.
Y sin habernos dado cuenta somos parte de una tribu, con costumbres, amores, odios y relaciones que forman parte de nuestras circunstancias.
Una cosa es que todos, blancos y negros, sepamos que los blancos no son superiores a los negros; otra es que blancos y negros dejemos de sentir, en cada caso, temor, vergüenza, desprecio, desear haber nacido otro.
Es obvio, pero igual quiero decirlo: saber, sentir y actuar es diferente y esa diferencia en cada uno de nosotros y nosotras es lo que nos hace dignos de ser humanos.
La diferencia de costumbres suele ser entendida como falta de educación, medios y cultura y es lo que nos hace distintos no indignos de ser, de alcanzar lugares de trabajo, vida digna para cada uno con las diferencias.
La pobreza no es una enfermedad y sin embargo es hereditaria. Entonces, suponer que es el destino, la suerte o la voluntad de dios y no se hace nada desde los estados para dar posibilidad para que todos los que quieran puedan alcanzar otras metas, otros lugares.
Y no hace falta haber sido olvidados en la cima de una montaña o huir de las tierras arrasadas por la guerra para morirse de hambre o de frío: ese fantasma está por todos lados, en la calle, en el colegio, en el barrio, al lado de casa.
Es tiempo de que comencemos a pensar cada uno desde su lugar que todos merecen ser, tener, estar, porque todos nacimos en el mismo planeta azul, bajo la misma luna, nadie debería ser marginado, aislado u olvidado.
Dra. Patricia Raimundo
MP 62951 MN158734
Especialista en Psiquiatría y Psicología clinica.
Magister en Neuropsicofarmacología.
Médica Legista.