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Actualidad-Análisis | Mulán: Una versión más épica de la legendaria guerrera china

El estreno del live action de Mulan estaba inicialmente programado para el 27 de Marzo, pero apenas dos semanas antes la Organización Mundial de la Salud declaró al coronavirus como pandemia y las salas de cines de todo el mundo tuvieran que cerrar sus puertas durante meses. Este título no fue el único postergado, por supuesto, aunque sí uno de los más afectados por su inversión multimillonaria y las apuestas del estudio en su producción, que se había retrasado casi dos años para poder hacer la película que su directora Niki Caro quería hacer.

Esta es la primera vez que una mujer dirige un live action de los clásicos de Disney y maneja un presupuesto de este calibre, con un reparto íntegramente chino y una producción a escala. De esta forma, Mulan estaba destinada a convertirse en una película menos fantastiosa y más épica que su contraparte animada de 1998, adorada por millones como un clásico de culto intocable. Sin embargo, la producción mantuvo su rumbo y tomó decisiones muy cuestionadas, como sacar las canciones y el personaje de Mushu, además de cambiar el interés romántico de la protagonista y la forma en la que se relaciona con los demás personajes.

Ninguno de estos cambios alteró la esencia de la historia, basada en una leyenda china que data del siglo VI, la balada de Hua Mulan. El poema épico sobre la hija que se viste de hombre para ir al ejército en lugar de su anciano padre y defender al emperador de China fue la inspiración para el clásico animado, que se convirtió en uno de los más disruptivos de Disney y uno de los que mejor resisten el paso del tiempo. Más de veinte años después, la legendaria guerrera sigue inspirando a generaciones enteras, pero Disney está decidido a hacer enmiendas por el racismo que supo colarse en sus películas, y lo hace apegándose al material original y el cine oriental que homenajea.

Con sus milenios de sabiduría encima, la cultura china tiene más recursos y belleza para ofrecer de lo que podríamos llegar a imaginar, sin necesidad de agregarle dragones parlanchines o amoldarla a la estructura del musical occidental. Por supuesto, todos adoramos a Mushu. Si no, ¡deshonor! Deshonrada tu familia, deshonrada tu vaca. Pero la intención de dejar de lado los preconceptos occidentales sobre la cultura asiática, sumada al creciente esfuerzo de Disney por modernizar sus historias y volverlas más representativas para su público en todo el mundo, exigen hacer algunos sacrificios, y la nueva adaptación de Mulan entendió eso a la perfección.

El romance con uno de sus pares es sutil y responde a otras dinámicas de poder entre personajes,.

Hay algunos puntos de la película, incluso, en que nos preguntamos si efectivamente estamos viendo una de Disney. La resolución por supuesto, así como los valores tradicionales de la compañía sobre la familia y la amistad, están a la altura de las circunstancias. Pero es en los cambios más grandilocuentes donde encontramos un verdadero reflejo de la evolución del estudio y de sus cineastas, cada vez más dispuestos a tomar riesgos (calculados, por supuesto) para adaptarse a un mundo cambiante. No hay mensaje de inclusión forzados ni situaciones inorgánicas básicamente porque la historia no los requiere, ya está diseñada para funcionar y estos ajustes solo logran volverla más épica y emocionante.

El cambio de tono le sienta perfecto a Mulan, ya haremos otra nota con las diferencias entre la versión animada y el live action, pero de momento nos concentraremos en los aspectos de la películas que la vuelven una experiencia absolutamente disfrutable para toda la familia. Incluso para quienes nunca vieron la versión original de Mulan, esta aventura épica con influencias del cine oriental y bélico, tendrá su atractivo. La historia comienza cuando la pequeña Hua Mulan exhibe ante los habitantes de su aldea una destreza física excepcional, proveniente de su “chi”, un tradicional y antiquísimo concepto chino para definir la energía vital que fluye por las personas.

El momento «Hombres de acción» es un montaje sobrio pero efectivo con música instrumental.

Esta energía es interpretada por algunos de los prejuiciosos aldeanos como magia, acusando a Mulán de “bruja” y desencadenando una lección paterna que será aprendida durante toda su juventud y llevará a la protagonista a reprimir su verdadero ser para no ser juzgada. Y es ahí donde reside el verdadero espíritu de la historia de Mulan, al menos en la versión de Disney: una joven dotada que desafía los roles patriarcales no por su propio deseo de libertad y expresión, sino para salvar a su familia de la deshonra y el rechazo de la sociedad. La versión live action recupera esta esencia a la perfección y le agrega algunas capas de complejidad, además de una subtrama que rompe con una de las tradiciones más cuestionadas del estudio en sus películas infantiles.

Mientras Mulán (la joven pero experimentada actriz china Liu Yifei) lidia con su aldea, con su familia y con la casamentera, del otro lado del imperio una horda de invasores avanza implacablemente, poniendo en peligro a toda China. El jefe de este ejército es Bori Khan (Jason Scott Lee), un despiadado líder movido por un deseo de venganza personal. Pero la verdadera fuerza detrás de esta invasión reside en manos de Xianniang (Gong Li), una poderosa hechicera exiliada que solo responde a sí misma. Es ahí cuando el Emperador (Jet Li) convoca a su ejército y cada familia debe enviar a un hombre para evitar la deshonra, pero Mulán toma el lugar de su padre y escapa hacia el campo de entrenamiento, donde deberá enfrentar su verdadero destino.

El paralelismo entre Mulan y su antagonista es uno de los mejores aspectos de la película.

Las decisiones que toma nuestra heroína están siempre movidas por el honor ante todo, ese admirable pero inflexible valor que le inculcaron desde pequeña, y deberá cuestionar finalmente si quiere salvar al reino. Algunas resoluciones quizás sean un poco apresuradas, pero no hay que olvidar que estamos hablando de una película de Disney y que la complejidad de la trama siempre estará en función del disfrute de toda la familia. Esto no quita que el dramatismo alcance otro nivel poco visto para una película de estas características, que las actuaciones sean excelentes y que los diálogos carguen con una poética digna de la épica que se está narrando.

El diseño de producción es un caso aparte, con un nivel igual o superior a todos los live action de Disney hasta el momento, pero con un estilo único en su tipo. El pulso en la dirección es tan firme en las escenas de acción como en los momentos emotivos, con un despliegue visual digno de las más recordadas superproducciones asiáticas, peleas bien coreografiadas que responden a la lógica del mundo en el que se desarrolla la acción e incluso un par de batallas campales. Las actuaciones acompañan todo el despliegue con un elenco repleto de estrellas, desde el Emperador (el experto en artes marciales Jet Li) hasta la casamentera (Pei-Pei Cheng, la recordada Zorra de Jade de El Tigre y el Dragón).

Al igual que en la animada, mulán debe descubrir quién es y ser fiel a su verdadero ser.

Los guiños a la película animada están por todos lados, pero tan orgánicamente y tan ingeniosos que no se sienten como homenajes, sino como parte integral de la trama. A pesar de sus dos horas de duración, la historia discurre con un ritmo fluido y la aventura es lo suficientemente atrapante como para que apenas se sienta como una duración promedio. El guion incluso se permite pequeños momentos de humor para aliviar la tensión en las escenas más dramáticas, pero sin recaer en un personaje de alivio cómico ni en ridiculizar a nadie. Estos aciertos narrativos sumados a los recursos visuales de los que hace gala, la convierten en uno de los mejores -si no el mejor- live action de Disney hasta la fecha. – Fuente: Filo News

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