LA MEDITACIÓN. ¿MÍSTICA, CIENCIA O REALIDAD?
Son épocas en las que probar, verificar y legitimar parecen ser las vías al conocimiento cierto y, por ende, a la verdad. Son momentos en que, a pesar de las problemáticas que aún, en tanto humanos, nos aquejan, la mente sigue ocupando un sitio privilegiado entre las dimensiones que hacen a una persona, y esa “verdad” sigue teniendo un sentido unívoco y veladamente construido. Son tiempos en los que la misma dimensión mental, paradójicamente, parece ser causa de muchos de nuestros problemas.
En este marco tan particular, tras probar varios caminos, muchas veces surge como alternativa, paliativo, consejo, técnica o camino de vida, la meditación.
Sin dudas estamos ante un concepto sumamente complejo que, como tantos otros, suele ser objeto de confusión y reduccionismos. ¿Qué es verdaderamente la meditación? ¿Cómo se practica? ¿Cuáles son sus beneficios?
La meditación se conoce como una práctica de origen oriental, que data de tiempos inmemoriales, y que representa una vía para la reconexión y el equilibrio.
Rodeada en ocasiones de cierta mística y ligada, por desconocimiento, a prácticas religiosas, tiende a ser, por tales motivos, rechazada o bien tomada como una solución mágica.
Ahora que la ciencia – y varias ramas de su ámbito que actualmente han adquirido considerable credibilidad como las neurociencias, la epigenética, la física cuántica, entre otras – someten a experimentación las prácticas de meditación para medir y cuantificar sus resultados, hay ciertos puntos fundamentales que aclarar.
Debemos saber que la meditación no es una técnica sino un estado de la conciencia. Es decir, existen procedimientos, ejercicios y prácticas creadas para facilitarnos acceder a dicho estado. Hay técnicas que buscan enseñarnos cómo ingresar en un estado de atención plena, cómo instalarnos en el denominado “presente”, cuyos resultados suelen ser la ecuanimidad, la paz, la relajación, la mejora general de la calidad de vida. Pero la meditación va más allá.
Normalmente comenzamos con la práctica de alguna técnica de introspección, a la cual accedemos en clases de Yoga o por medio de técnicas más recientes que pretenden actualizar y hacer más accesibles estos conocimientos milenarios. Sin embargo, recién cuando logramos trascender las expectativas y los condicionamientos mentales que rodean a estas prácticas y conseguimos sostener en el tiempo la técnica elegida o mejor lograda, comenzamos a percibir lo que en realidad es la meditación: Ese estado consciente en el cual, en lugar de dejarnos arrastrar por la corriente del flujo de los acontecimientos, somos capaces de tener una especie de visión testigo, desde la cual podemos discernir, tomar decisiones y controlar los pensamientos y las emociones, en lugar de permitir que ellos nos controlen. En un estado tal, el cuerpo, inevitablemente, es más escuchado, respetado y comienza a sentirse mejor; además, se refuerza el sistema inmunológico, volviéndose más resistente al estrés y a las enfermedades.
Desde esta perspectiva, la meditación, que se comienza con algún tipo de rutina – realizando una práctica dual en la que nos retiramos y entrenamos o perteneciendo a algún grupo o institución para beneficiarnos de la fuerza y contención del grupo –, se vuelve, luego, algo que puede ser practicado por cualquier persona, en cualquier momento y lugar. Se transforma en un modo de vida, sin necesidad de seguir una ideología, creencia, referente o técnica determinada.
De ahí que la meditación gane, entre quienes logran conocer de qué se trata, cada vez más adeptos, porque se convierte en una forma de existencia que, al mejorar el grado de conciencia de las personas, ineludiblemente, produce un cambio positivo a nivel individual, primero, con posibilidades de transformarse en una respuesta para la mejora de la calidad de vida de la humanidad.
Quizás sea hora de guiarnos por la experiencia y por la pregunta, en lugar de seguir en la búsqueda de respuestas finales y absolutas. Tal vez sea hora de darle, al menos, el beneficio de la duda a lo desconocido, en lugar de continuar sacralizando el estatuto de la verdad. Vivenciar, elegir y decidir, en lugar de empoderar a entes externos, cada uno a su turno y bajo distintos signos, para que edifiquen y vendan una verdad cerrada, indiscutible y sistematizada.
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