ESTAR BIEN PARA HACER EL BIEN
No hay persona que al menos una vez no haya soñado con mejorar el mundo. Vivimos en una realidad que sabemos imperfecta, pero transformable. La misma imperfección habita en nuestro interior, y la conocemos bien. Estamos en permanente búsqueda. Y quien descubre la punta del ovillo para seguir el camino hacia la plenitud normalmente quiere compartirlo, al menos con quienes ama.
Lo cierto es que descubrir el bien y transformar la existencia en algo mejor debería, pese a cualquier cuestión de egos, compartirse sin distinción. Porque el mundo que deseamos mejorar es simplemente un concepto englobante que no tiene exterior. Se compone tanto con quienes dan lo mejor de sí como con quienes todavía no pueden hacerlo. Es precisamente a estos últimos a quienes debemos ayudar más o condicionar positivamente su contexto para que no quede otro camino.
Pero, ¿cómo hacerlo sin enfrentarnos a la resistencia de quienes no tienen motivación propia para hacer el bien, o a la frustración por su falta de compromiso? ¿Cómo hacerlo sin cargar con el peso del mundo sobre los hombros?
Hay una clave capaz de generar todo tipo de cambios:
La construcción de la MASA CRÍTICA.
Un físico, el Dr. John Hagelin, realizó un experimento en 1993 que consistió en llevar a cuatro mil personas provenientes de cien países distintos a la ciudad de Washington y hacerlos meditar durante un tiempo concreto. Se probó que durante ese tiempo, dependiendo de lo que pensaban y visualizaban esas personas unidas desde la emoción, se materializaba en el exterior otra realidad medible en hechos físicos, como fue la disminución de la delincuencia o de las desgracias. El doctor Hagelin llegó a la conclusión de que el trabajo consciente de la raíz cuadrada del 1% de la población de un ambiente determinado es suficiente para provocar un cambio en el total de esta.
Es decir que si menos del uno por ciento de una población aprende algo, o, lo que es más importante, crea y practica consciencia – espiritual – y conciencia – social – se produce la evolución de todo el conjunto. Así, el total de la población se transformará positivamente y la realidad exterior se manifestará en concordancia con esa toma de conciencia.
No faltará quien, impulsado por frustraciones o por el pesimismo, intente refutar una teoría tal. Sin duda habrá quien desconfíe del propio poder para cambiar a los demás. Pensemos que, al menos en lo que se refiere a acciones negativas, podemos comprobar cómo muchas veces los ambientes adversos y las personas que no dan lo mejor de sí son capaces de transferir su malestar. ¿No podríamos pensar, entonces, que lo mismo puede ocurrir con niveles de consciencia más desarrollados? ¿No podríamos darle a esta idea el beneficio de la duda y ponerla en práctica? Tal vez no alcancemos cambios totales ni veloces, pero siempre algo quedará. Cualquier posibilidad de avanzar en la construcción de un mundo y de una realidad mejores amerita el intento.
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